EL SÍNDROME DE LA PÁGINA ESCRITA

viernes, 9 de julio de 2010


Me gustaría compartir una inquietud. A menudo, se nos informa a los escritores acerca del síndrome de "la página en blanco". Puedo afirmar, con alivio y satisfacción, que hasta el día de hoy, el maldito síndrome no me ha asaltado, lo mío es más bien, todo lo contrario: ataques de verborrea incontrolable que debo mitigar escribiendo, vaciando el estómago a modo de vómito violento, tan virulento que, en ocasiones, se me atropellan las palabras y no doy abasto para trasladar al papel todo lo que me bulle en la cabeza. Pero es otro tipo de síndrome, afección, terror nocturno, o como queráis llamarlo, el que me atenaza, el que me quita el sueño cuando debo acometer un trabajo, empezar una nueva novela. Se trata del terror a fallar, a no estar a la altura, a no saber por dónde empezar o cómo seguir, redondear la obra, alcanzar el éxito de culminarla. Da igual cuántas obras se hayan escrito, cuan importante y cuantioso sea el bagaje, siempre me asaltan las mismas dudas, los mismos temores. ¿Sabré desarrollar la idea que me corroe las tripas? ¿Habré bajado el listón? Leo y releo, una y otra vez las líneas, las palabras, y dudo, y vuelvo sobre ellas porque me siento insegura, porque todo lo que escribo me parece malo y carente de alma. Y me sacude el pánico, pero no el de las páginas en blanco que no sé cómo rellenar, sino el de la primera vez, el de enfrentarme a mis propios demonios, ¿seré capaz? ¿Habré perdido el toque, la magia de la narración? Y me vuelvo a sentir como una novata ante el dilema de validar un montón de hojas plagadas de historias, una hilera de palabras sin fin.