DE LO PROMETIDO A LO REAL

martes, 8 de octubre de 2013

Ya no es suficiente. Al menos para mí.
Puede que a algunos les baste con unos cuantos buenos consejos, palabras de apoyo para seguir adelante, mentiras piadosas con las que alcanzar la tierra de promisión. Que muchos hayan creído la máxima repetida hasta la saciedad, aquello de que el esfuerzo siempre tiene recompensa, de que el que persevera llega y encima le hacen un traje a medida. El que se rompe los cuernos tendrá su lugar en el Olimpo, ya sea de los dioses o, como en el caso que nos ocupa, el de los escritores consagrados... ¡Qué gran error! ¡Qué desfachatez! Por suerte, siempre hay quien nos ayuda a ver con nitidez, a mirar con perspectiva. El pasado sábado, día 5, me topé en EL PAÍS  con toda una lección de sensatez, de clarividencia, un excelente artículo de Vicente Verdú, "Escritores gravemente heridos" un escrito que no me ha llevado a meditar sino a reivindicarme con todo lo expuesto, ya que suscribo sus acertadas reflexiones. En él, el autor recapacita sobe el paupérrimo estado en el que nos encontramos los autores actuales, al menos los que aspiramos a serlo, Creadores, con letra mayúscula y sin vergüenza. Porque escribir ha devenido en vender, lo más rápido y arteramente posible, una historia (o no),  de lo más banal, fugaz y entretenida, y poco importan ya el buen hacer, la elección de las palabras, la construcción de las frases, el preciosismo que conlleva la selección de un buen vocabulario, la literatura artesana y sin prisas.
No nos llamemos a engaño, el virtuosismo está demodé, resulta decadente y poco productivo, no solo en literatura, también en todos los ámbitos de la vida. El proceso no tiene trascendencia, únicamente el final, el cuánto obtendremos a cambio.
Vicente Verdú habla en su artículo con el sentimiento del escritor herido: "Años y años buscando decir mejor y ahora apenas importa si la página está peor o mejor escrita. Ahora lo que cuenta, lo que se ve, es cómo será el intrigante final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas. Las líneas que algunos de nosotros trazábamos con los cinco sentidos, ahora solo poseen el sentido de railes para viajar por la trama y a cuanta mayor velocidad mejor. La perfección de la escritura es una antigualla lentificadora que solo compartimos los viejos veteranos. Pero además, si se muestra una evidente perfección en una obra de arte es señal de que no se está al día. Excepto en algunos productos audiovisuales de alta velocidad de paso, lo otro, las ofertas para la contemplación y delectación, ha perdido el tren por despacioso."
Y yo me pregunto:
¿Qué nos queda, entonces, a los que pensábamos que trabajar duro era sinónimo de triunfo, de recompensa final? ¿Qué hay de aquellas promesas de esfuerzo valorado, de labor bien hecha y por tanto apreciada, estimada, reconocida...?
Como Vicente Verdú, me siento malherida, y añadiría maltratada, olvidada y hasta estafada por esta nueva realidad, por esta falta de compromiso. Y ya ni siquiera nos queda el consuelo de arrojar el guante a la cara de nadie...       

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Visitando la red he encontrado este comentario en el Blog de Historias no académicas de la Literatura que viene que ni pintado
a tupost. Te entiendo.
Antonio

El fraude de los grandes premios literarios

Para empezar, no nos engañemos y comencemos a contar las cosas por el principio, por si todavía alguien no se había enterado. Los grandes premios literarios, como el PLANETA, no son más que derechos de autor pagados por anticipado y encubiertos bajo la forma de un premio literario. El autor, reconocido y, sobre todo, famoso por desenvolverse bien en el ámbito de los medios de comunicacón, es "invitado" a presentar una obra a un determinado concurso para, naturalmente, ganarlo en una convocatoria donde otros autores no invitados y menos conocidos también concurren. ¿Qué fin tiene la convocatoria de un premio que ya está concedido de antemano? El fin está claro: para la editorial supone un negocio redondo, pero también se reparten ciertas sobras para otros muchos. Estos "muchos" son los escritores desconocidos que tienen la oportunidad de que su obra llegue a manos de un buen informante, y de que pueda acabar siendo publicada en alguna de las filiares de la prestigiosa editorial. Ahí es donde se cuece una parte importante de la convocatoria, y probablemente uno de los aspectos más positivos de este tipo de premios ya dados de antemano. Laura Arroyo ha analizado tres obras galardonadas recientemente en el Premio Nadal, debidas a Lorenzo Silva (curiosamente, el Premio Planeta 2012), Antonio Soler y Maruja Torres. Del análisis detallado que hace la autora, la obra peor parada es la de Maruja Torres, que no deja de ser una "metaobra" (el palabro es mío) donde otros personajes ligados al Premio Nadal entran en juego, a manera de evocación, como Terenci Moix. Hoy día, muy al contrario, el premio debe concederse a "valores seguros", no a desconocidos. Esta estrategida de crear un premio para promocionar un libro que supuestamente lo ha ganado, y hacer que los derechos de autor se conviertan en la cuantía de dicho premio, ha triunfado por doquier, de lo que dan testimonio los cientos de premios que organizan las mismas editoriales... de manera que es realmente difícil que una persona que no tenga los contactos oportunos, o que no haya invertido parte de su tiempo en crearlos, brille con luz propia. He sido testigo directo de las concesiones que se tendrían que haber hecho para que un libro propio apareciera mínimamente reseñado en un lugar de cierto alcance. Pensando sobre todo en los jóvenes, creo que lo oportuno es que pierdan cuanto antes la peligrosa ingenuidad y que sepan obrar en consecuencia. Por todo ello, me ha parecido muy interesante observar cómo Laura Arroyo desmonta desapasionadamente este mundo soterrado e ilusorio (Laura Arroyo, "El premio nadal en el siglo XXI. Estudio de tres ejemplos", Letras de Deusto vol. 40, nº 127, 2010, 253-270). FRANCISCO GARCÍA JURADO

Anónimo dijo...

El pasado 15 de septiembre, Manuel Rodríguez Rivero, editor, crítico y ensayista, publicaba un artículo en El País titulado “¿Pero hubo alguna vez un premio honrado?”, en el que manifestaba la opinión que le merecen ese tipo de concursos: “Con escasas (y notables) excepciones, el premio literario honrado es el que todavía no ha sido concedido”. Nadie se escandaliza cuando, en la ceremonia de entrega, el representante del jurado anuncia que “abierta la plica, el ganador resultó ser…”, para, acto seguido, pronunciar un nombre que, entre bambalinas, todo el mundo conocía unas semanas antes: un juego de cinismo imbécil que el público acepta y la prensa consiente.
Sin embargo, existen numerosos concursos de segundo nivel, cuyo desarrollo se presume más limpio. No otorgan fama, porque no tienen cartel en los medios de comunicación, ni tampoco dinero, porque están mal dotados. Pero tienen la virtud de reconocer el talento del escritor que lo ha obtenido. El simple hecho de enumerar en la solapa de tu libro la relación de premios que has conseguido es una buena carta de recomendación que el comprador valora cuando lo hojea en la estantería. Es un mérito añadido que no debes ignorar a la hora de establecer el Plan de Marketing para vender tu libro.
Suerte
María

Anónimo dijo...

La cultura ya no interesa, interesan las ventas masivas de cualquier producto de marketing, moda pasajera o tonterías por el estilo. El problema principal, la situación predominante de una empresa que casi lo acapara todo y reparte el pastel entre sus lacayo-escritores y las voces nuevas o de calidad ya no se valoran.
Oscar